sábado, 16 de mayo de 2020

Gabriela d´Arbel, cuento LA YAYA





Ya no sabíamos qué hacer con el asunto de la Yaya Delia, la noche en que se murió todos los vecinos querían estar seguros de que el corazón se le hubiera detenido, hasta trajeron al doctor que les aseguró que ya estaba muerta. Todos se fueron a su casa y nosotros nos quedamos quietos mirando a la muertita sin saber qué hacer. Isidro nos ayudó para preparar el entierro. Esperamos a que se hiciera de noche y la enterramos en el panteón que está en las afueras de San Martín. Improvisamos una lápida con piedras y le pusimos una cruz, sin nombre por supuesto, Isidro miraba para todos lados por aquello de que nos hubieran visto. Nadie quería que el cuerpo de la Yaya estuviera cerca de los otros difuntos, pero nosotros no teníamos otra opción. Después de ese día comenzaron los problemas, cuando los lamentos de la Yaya se empezaron a escuchar en la calle de Vasco de Quiroga, espantó el sueño de los vecinos. En la mañana, Alicia nos fue a reclamar que no pudo dormir en toda la noche, escuchaban los chillidos tan fuertes, que su sueño se volvió una pesadilla. 
Qué podíamos hacer nosotros, era imposible atrapar las maldiciones de la Yaya, porque sabían en donde esconderse, en las mañanas se metían a los túneles de las ratas y por las madrugadas se escuchaban cerca de las casas, provocándonos mucho dolor de cabeza. Eso no fue lo peor, al segundo día del entierro clandestino, Oscar el dueño de la tiendita, nos avisó que el cuerpo de la Yaya estaba en el Callejón de la Caridad, le pedimos a Isidro que nos ayudara a cargar a la abuela, ésta ya no se parecía y estaba dura. No nos dejaron enterrarla en el panteón, pusieron a un muchacho a vigilar para que no nos acercáramos. El pobrecito de Isidro y nosotros hicimos un agujero atrás de un baldío, ocultándonos entre los nopales para enterrarla. En la tarde llegamos bien cansados y mi mamá nos dio agua de limón. Esa vez duró más días enterrada, pero un vecino habló de la calle de Arrollo seco para que fuéramos por ella. Isidro ya no quiso acompañarnos, le dolía la espalda. No tuvimos otra que arrastrar el cuerpo, pesaba mucho, y nos tardamos toda la tarde para llevarlo de nuevo al agujero. Pensamos que la tierra no la quería. Pusimos muchas piedras encima para que no se volviera a salir. No pasó ni un día, cuando nos hablaron del templo del Saucito para que fuéramos por ella. La abuela Delia estaba en el atrio. Esa tarde ya no fuimos por ella, mejor agarramos nuestras cosas y nos fuimos. Estábamos cansados, no podíamos seguir cargando con todas las maldades de una bruja, aunque fuera nuestra Yaya. 


FICHA DEL AUTOR
Gabriela d´Arbel nació en Guadalajara Jalisco, pero lleva viviendo gran parte de su vida  en el estado  de San Luis Potosí es poeta y narradora, este texto fue sacado del libro La casa azul.


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