lunes, 5 de noviembre de 2012

Elisa Carlos, cuento EL TRÁGICO DESTINO DE BULMARO




Todo empezó cuando la madre de Bulmaro quiso probar suerte con los homeópatas; él la acompañó a ver al doctor López. No lo conocían, se habían enterado de su existencia a través del directorio telefónico. Dijo Bulmaro que desde el principio se sintio inquieto. No le gustó mucho la mirada del médico y trató de ocultarse detras de su madre mientras ella contaba sus achaques. Sin embargo, los ojos del doctor lo miraban insistentemente por encima del hombro de la señora. Se sintió incómodo y trató de salir diciendo que esperaría en la salita contigua. Cuando ya estaba por abrir la puerta, el homeópata le dijo que quería hablar con él en el cuarto, cuando terminara de ver a la paciente. Bulmaro se alarmó un poco porque creyó que su madre tenía algo más serio. Por eso aceptó. Y cual sería su sorpresa cuando el individuo le dijo: "Usted ha vuelto a la tierra más de mil veces" Nos comentó Bulmaro que se le desprendió la mandibula inferior. El doctor continuó, "creo en la reencarnación y desde hace muchos años investigo. Hipnotizo a la gente para estimular sus recuerdos ancestrales, en otras palabras los induzco a recordar sus vidas anteriores. Distingo a las personas y le aseguro que me he equivocado pocas veces. Creo que usted es un sujeto propicio. Permitame hacerle una regresión". A Bulmaro le dio pena negarse; le prometió pensarlo y comunicarse con él en el curso de la semana.
Nos platicó la historia como una puntada. Ahí hubiera terminado todo, si no se le hubiera ocurrido a Héctor seguirle la corriente al homeópata. Nos costó trabajo convencer a Bulmaro y esa semana le hicieron la regresión. El doctor hizo varios pases, le dijo a que cerrara los ojos y lo fue llevando hacia atrás: a los cinco años, a los dos, uno, a los meses dentro de su madre y, por último hasta antes de ser concebido. Al llegar ahí Bulmaro ya no respondió; y entonces el doctor le preguntó.
      - ¿En que año se encuentra en estos momentos?
Silencio. El médico insistió.
      - Es el mes de noviembre de mil novecientos cincuenta y dos
      -respondió una voz de niña.
Se nos trabó el aire en la garganta y nos inclinamos hacia delante para oír mejor.
      -¿Qué edad tiene?
      -Nueve años.
      -Cuenteme todo lo que está pasando.
Balbusceos, gemidos de Bulmaro. El doctor insistió.
     -Cálmese, aquí estoy con usted, no le va a pasar nada.
Hableme de lo que ocurre.
     - Mi madre nos encerró, tengo mucho miedo.
La voz del doctor se hizo más suave y paternal.
      -¿Quien está contigo?
-Mi hermana Florencia. Ella está llorando, también tiene miedo.
      - ¿A que le temen?
      - A ella. ¡Ayúdenos por favor! ¡Va a matarnos!
El doctor no esperaba algo así. Me di cuenta por la expresión de su cara.
      -Calmate, eso no va  suceder, es tu mamá, te quiere, no puede
hacerte daño.
      -¡Si, si  puede! Ella... ella mató a mi padrastro y nosotras la vimos,
por eso nos quiere matar. No podemos salir, ¡Ayúdenos!
Bulmaro gritaba con una voz infantil. Héctor trató de interrumpir la
sesión, pero el doctor se lo impidió con un ademán brusco.
       -¿Cuando lo mató?
       - Hoy en la mañana le clavó las tijeras en el cuello y se salió corriendo de la casa. Nosotras nos quedamos con él. Vimos como se le salía toda la sangre... ¡cómo se revolcaba!... se fue quedando quieto hasta que ya no respiró, tenía la cara blanca, blanca. Florencia se puso a gritar al ver el charcote de sangre. Entonces regresó mi mamá y le dio tantos golpes en la cara que mi hermana se tapó la boca con la mano para que no se le salieran los gritos. Luego nos encerró.
       -¿Puedes escucharla?
Ya no. Hace un rato estuvimos oyéndola caminar por toda la casa, arrastrando cosas, después parece que salió a la calle.
La respiración agitada de Bulmaro decidió al doctor terminar la sesión. Le ordenó despertar en cuanto terminara de contar hasta tres, pero, no le obedeció. El doctor repitió la orden con el mismo resultado.
Fue cuando escuchamos nuevamente la voz de la niña.
      -¿Qué pasa? ¿Por qué se fue? Saquenos de aquí, por favor. El doctor se había puesto lívido.
Claramente se veía que aquello era nuevo para él.
Lentamente tomó asiento al lado de Bulmaro y preguntó.
      - ¿Me puedes decir cómo es la habitación en la que están encerradas?
-Estamos en la cocina.
      -¿Cómo te llamas?
      -Isabel Gómez.
      -Mira, Isabel, ve a donde están los cuchillos, toma uno y trata de abrir la cerradura con él.
      -La puerta no tiene cerradura, se atranca por fuera.
      -¿Y la ventana?
      -También se atranca por fuera...!pronto¡, haga algo, oí sonar la puerta de la calle, ¡por favor!
En ese momento me percaté de cuánto nos habíamos involucrado en el extraño drama. Todo ocurría dentro de la mente de Bulmaro y sin embargo, nuestras caras estaban contraídas y cubiertas de sudor. Miramos al doctor, quien en ese momento se frotaba la cara frenético. Intentó una vez más despertar a Bulmaro, pero fue inútil. La voz infantil seguía pidiendo ayuda. El doctor estaba mudo. Héctor no aguantó más y le gritó.
      - ¡No se quede así!  ¡Dígales que se defiendan!
Héctor, y creo que no sólo él, daban por cierto lo que estaba pasando. El doctor, al fin, le ordenó ha Isabel.
      _Isabel, defiendanse.
      -¿Cómo?
      -Mira a tu alrededor. Debe de haber algún objeto que puedas usar como arma.
      -Sólo estan las escobas y los trastes... ¡Ya viene! ¿Qué hago?
      -Los cuchillos, niña, defiéndanse con los cuchillos y ...
Se dio cuenta de lo que estaba diciendo e interrumpio la frase.
       -No, no, espera yo...
No lo dejamos terminar. Creímos que esa solución era la única esperanza y nos presipitamos sobre el;
Héctor le tapó la boca con la mano. Mientras tanto, Bulmaro se retrocía con violencia y de su boca se escapaban palabras confusas que no entendíamos. Luego, se fue calmando hasta llegar a la inmovilidad y su cara adquirió otra vez la expresión normal. Nos relajamos. El doctor se incorporó, y lento preciso, dio la orden y Bulmaro abrió los ojos.
     Esa noche, después de varios tragos, terminamos riendonos a carcajadas de la extraña experiencia. Como Bulmaro no recordaba nada de lo ocurrido, nos burlamos de la cara que puso al escuchar  la grabación. Pasaron las semanas, y cuando ya casi habíamos olvidado a Isabel Gómez, apareció el doctor López en la casa de Bulmaro. Como visitas asiduas que éramos estábamos ahí y pudimos escucharlo pedir otra, sesión de hipnosis. Ante la terca negativa de Bulmaro suplicó que lo escucharamos un momento. Aceptamos.
      -Lo que pasó esa noche fue muy extraño. La regresión por hipnosis no se parece a lo que ustedes vieron. No me explico como llegamos a dialogar con... no se como llamarle, Bulmaro o Isabel o... lo que haya sido. Pero no se supone que eran recuerdos. Y si sólo eran eso, entonces... no pueden modificarse sin una orden previa, es imposible y sin embargo, Isab... "aquello" procedió tan independiente, como si... no sé como decirlo... parecía estar vivo. Además, ocurrió algo que también viola las leyes de la hipnosis: Bulmaro no aceptó despertar como se lo ordené. Eso no es posible. He pensado todo este tiempo tratando de encontrar una explicación y, siempre me estrello con un muro de enigmas. Tienen que ayudarme, necesito repetir la experiencia.
La curiosidad cayó sobre nuestras cabezas. Intercambiamos miradas, pero nadie dijo una palabra. Intercambiamos miradas, pero nadie dijo una sola palabra. Esperábamos la respuesta de Bulmaro, era su derecho. Al cabo de un rato respondió.
     -Está bien, pero prométame que será la última vez que insiste.
La madre de Bulmaro pidió que la sesición se llevara a cabo en la casa. El doctor aceptó y en ese instante, sin prolegómenos de ninguna clase llevó a cabo los pases hipnoticos.
     -¿En donde se encuentra?
No hubo respuesta. Movimientos furtivos denunciaron la impaciencia de los presentes.
     -Bulmaro, ¿me escuchas?- insistió el homeópata.
     Silencio. Lentamente, nos cubrió el desconcierto; el doctor tomó asiento a un lado del sillón en donde se encontraba Bulmaro, sus hombros caídos hablaron de sus desilusión. Se pasó un pañuelo sobre la frente y comentó:
     - Lo que haya sido ya no se encuentra ahí. Posiblemente... la mataron.
Nos estremeció esa posibilidad. En mi mente, la fantasía pintó con tintes sangrientos la escena final de aquella tragedia. Después, la razón dio la batalla y el alivio recorrió mi cuerpo, "que tonterías estoy imaginando" pensé en ese momento escuchamos, sobrecogidos, la voz desconocida de una mujer.
      -Por fin ha vuelto, hace ya muchos años que lo espero.
     Las palabras venían del interior de Bulmaro. Lo miré y la sangre se me congeló. Sus ojos estaban abiertos y recorrían la sala curiosos. La madre de Bulmaro se cubrió la boca con las dos manos y el doctor se puso de pie violentamente.
     -¿Quién es usted? - preguntó.
      -¿No me recuerda? soy Isabel- respondío Bulmaro con aquella misma voz y mirando con descaro la cara del médico.
     Horrorizados, lo vimos levantarse del sillón con movimientos  felinos.
Héctor trató de tomarlo por el hombro pero, "eso", que no era Bulmaro, lo esquivó. El doctor, pálido como la luna, intentó despertarlo. Fue inútil, "aquello" se retorcio como acomodando los músculos y volvió a sentarse. A pesar de que las facciones y el cuerpo eran los de Bulmaro, no se le parecía.
Contra toda razón y toda, lógica, "eso", que estaba ahí, sonriendo con sarcasmo, era una mujer desconocida.
     -Soy libre-murmuró.
     -No entiendo... ¿libre de qué?... eras una niña, cómo es posible... ¿Qué pasó aquella vez en la cocina?- balbuceo el doctor tembloroso.
     -Nos defendimos.
     -¿Y ella? ¿Qué pasó con tu madre?
      -¿Ella?... ah, si, ella, no me pregunte- dijo distraidamente mientras giraba la cabeza observando el lugar.
      -¿Y tu hermana?
Pareció no escuchar; se levantó, fue hacia la ventana y espió a través de la persiana. El doctor repitió la pregunta. Y entonces, los ojos desconocidos  se entrecerraron para mirarlo.
     -Está muerta- contesto al fin.
     -Por favor cuéntame ¿cuándo moriste?
     -Nunca, ¿No me ve? Estoy viva- respondio burlona.
     - ¡Cómo! ¿Qué ocurrió? Dímelo, te lo suplico.
     -No tiene caso, lo que pasó, pasó, no quiero hablar de eso.
     El doctor insistió sin ningún éxito. Espantados, nos era imposible digerir aquello. La miábamos ir de un lado a otro de la sala sin que se nos ocurriera algo. Aún seguíamos paralizados cuando "aquello" abrió la puerta de la calle. Se quedó de pie en el umbral mirando hacia la noche. Un rato después, le dijo al doctor.
     -La mente y el azar son misteriosos. En ocasiones se conjugan para propiciar... digamos... "Salidas", y lo que parece imposible ocurre. No le voy a dar una pista: Hospital San Francisco, en la
ciudad de Tijana- terminó.
No lo pudimos impedir. Salió a la calle cerrando la puerta detrás. Tardamos un rato en reaccionar, cuando llegamos a la banqueta, había subido a un camión. Hicimos lo posible pero, no pudimos alcanzarlo. Lo buscamos por todos lados sin éxito.
     Dimos parte a la policía  y nada, parecía como si se lo hubiera tragado la tierra. Estábamos desesperados, nos sentíamos culpables; nosotros sus amigos, éramos complices en el experimento. Héctor desquitó su rabia golpenado al doctor. Algo inútil, el pobre hombre estaba desolado.
     Dos meses después de aquella extraña noche, recibí un telefonazo del médico. Había recordado el dato que le había dado Isabel o Bulmaro (No sabíamos como llamarle): el hospital San Francisco, en Tijana. Esa noche nos reunimos con Héctor y después de largas discusiones decidimos ir a la ciudad. No sabíamos que íbamos a encontrar, ni siquiera estabamos seguros de que hubiera un hospital con ese nombre, pero era la última esperanza.
     Al día siguiente, llegamos a Tijuana, preguntamos, y con sorpresa, nos enteramos de la existencia real del nosocomio. Nos fuimos inmediatamente para allá, pedimos hablar con el director. Nos hizo pasar y el doctor López fue directo al asunto.
     - Queremos saber si aquí seben algo sobre una mujer llamada Isabel Gómez.
     - No se, tenemos muchos pacientes, algunos llevan años abandonados en este lugar. ¿Son ustedes familiares?
     No, somos amigos de uno de ellos.
     -Pasen con la señorita encargada del archivo si son tan amables. En este momento me comunico con ella- dijo tomando el teléfono.
En la oficina de archivos nos recibió una mujer vestida de enfermera a quien dimos los datos. Nos pidió esperar y salió.
Después de media hora regresó.
     -Efectivamente, la mujer llamada Isabel Gómez fue paciente del hospital, pero llegan ustedes demasiando tarde.
     -¿Cómo? ¿Cuando salió?
     -No salió nunca. Según nuestros archivos, estuvo cuarenta años en estado de coma. Pobre mujer, llegó siendo una niña, un caso terrible.
     -¿Quiere decir que ha muerto?
     -si
      -¿Quién la trajo? ¿Qué pasó con la madre? ...creo que también existía una hermana, ¿Qué fue de ella?- interrogó el doctor atropelladamente.
     -La madre, Dios la perdone fue la culpable de la muerte de la hermanita. A Isabel la dejó en ese estado; le golpeó la cabeza varias veces con un sartén. El asunto aún se recuerda en la ciudad, por eso el municipio sufragó la estacia de Isabel en este lugar durante tantos años.
     Escuchamos el relato sintiéndonos en otra dimensión. Nos era dificil aceptar aquello. Y sin embargo, era verdad, habíamos tocado lo imposible. Algún mecanismo desconocido nos había introducido en una tragedia, un drama del que nos separaban cuarenta años y cientos de kilometros. Buceamos dentro de nuestros pensamientos durante largo rato.
La curiosidad me atormentaba, pero el miedo a parecer sospechoso, aunque no sabía de qué, me impedía  aclarar interrogantes. Al parecer el doctor López no pensaba igual.
     -¿Qué pasó con la madre?-preguntó.
     -Ya era muy anciana cuando salió de la cárcel, hace dos años.
     Se fue a vivir con unos parientes hasta que murió. Por cierto, su muerte que escándalo; la semana pasada, con lujo de crueldad, la mató un hombre desconocido.
     El destello fugaz de una idea parpadeó un instante dentro de mí, pero con voluntad cobarde lo apagué. La pregunta del doctor me sobresaltó; él había pensado lo mismo:
     -¿Cuándo murió Isabel?
     -Hace dos meses.
Entonces corroboramos, estremecidos de horror, lo que de alguna manera ya intuíamos: el trágico destino de Bulmaro.



FICHA DEL AUTOR
Elisa Carlos nació en la ciudad de San Luis Potosí, donde reside en la actualidad, es autora de tres libros Una lanza por una dama (1992) Una ayuda ficticia (1998) y Jaque a la dama (2002) en 1992 obtuvo el segundo lugar en el concurso estatal "Manuel José Othón". Actualmente se dedica a la docencia.

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